Casa de la noche o Réquiem Habana

Casa de la noche, la pieza de Marcel Beltrán que en 2017 mereciera un premio del jurado de la Muestra Joven ICAIC, invita a meditar acerca de la postura del cine cubano en torno a la vieja cuestión de la dialéctica entre forma y contenido en el arte.

Fotograma del documental Casa de la noche.

Foto: Cortesía del autor

El uso de película de 16 mm para registrar y relaborar las imágenes originales y de archivo empleadas en el documental Casa de la noche (Marcel Beltrán, 2016), habla de una mirada autoral extrañada, alienada, exhausta, que repasa una esfera de sentidos, códigos e íconos ya muy ajados de pura sobrexplotación, y sobrexposición inmisericorde; a punto de disolverse en una nada sin sonido ni furia, sobresaturada de indiferencia e inercia.

Con esta pieza, galardonada en la edición de la Muestra Joven ICAIC del pasado año —quizás el premio más lúcido y justo que atinó a entregar el jurado oficial—, Beltrán imprime un detour llamativo y saludable a su obra de no ficción, caracterizada hasta este momento por un apego discreto a la convención expositiva, al retrato reporteril de personajes, las rutinas observacionales al uso canónico y las estructuras dramatúrgicas más o menos básicas.

Casa de la noche implica una ruptura formal y estructural no menos brusca por lo cerebral y equilibrado del relato, alegórico a la vez que cuestionador. Y Beltrán no es tan cuestionador del estado sociopolítico y antropológico de cosas en Cuba con ánimos ingentemente fustigadores o de reclamo, como sí interrogador de “su” propia e íntima percepción sobre los constructos simbólicos oficiales cubanos, erosionados bajo el peso de la redundancia (¿cíclica?), el hieratismo beligerante y, sobre todo, el desfase con una realidad cuyo torrente ha sajado nuevos (dis)cursos para fluir y moverse, no importa hacia dónde.

El documental fue premiado en la edición de la Muestra Joven ICAIC de 2017.

El realizador agrede desmesuradamente la textura del propio celuloide y la nitidez de muchas de las imágenes. Sobreimprime planos y sobresatura escalas cromáticas, hasta lograr una deformación casi abstracta de las formas y movimientos, que terminan deviniendo fantasmagorías y pesadillas febriles de una nación-delirio, de una nación-Fata Morgana, de una nación-queloide, de una nación-disolvencia. Complementado todo por la voz del padre del autor, en un guiño tarkovskiano. Solo que aquí el espejo está astillado y sangra azogue.

Dada la confluencia en el relato de dos recursos tan habituales como axiales del discurso artístico crítico cubano no libelista de las últimas décadas: el baile popular —como avatar de la alienación catártica— y la ruina arquitectónica preeminentemente habanera, Casa de la noche pudiera verse también cual súmmum último y reflexivo de una postura sociopolítica participativa de buena porción del séptimo arte nacional.

Pero también puede asumirse como una deconstrucción aguda del agotamiento de ese mismo discurso crítico, cuya recurrencia resiente ya un tautológico juego de representaciones (oficiales) y contrarrepresentaciones (alternativas y muchas veces semi-institucionales); casi siempre sobre unas mismas bases gramaticales. Generador de un bizarro diálogo de sorderas, vistas gordas, castigos, censuras, permisividades, tolerancias, intolerancias, marginalizaciones, réplicas, algunas retractaciones, migraciones, radicalizaciones, par de escándalos y tánganas. Esta circunstancia ya se extiende varias décadas, desde el amanecer de una “Edad de la Herejía” que ha envejecido y casi caducado, lista para entregar el batón a nuevas perspectivas de la imagen, el símbolo y la nación.

El status quo envejece junto a sus críticos, quienes se contentan las más de las veces con ripostar y deconstruir proposiciones y estructuras. A veces superestructuras. Así les han enseñado sus padres y antagonistas. Son las mismas armas en manos de un bando diferente.

Luego del autorreconocimiento de su autor, de su lugar en medio de tales redundantes dinámicas y, sobre todo, del riesgo de convertirse en mero actor de una pantomima onanista bidireccional, Casa de la noche termina proponiendo retadoramente un distanciamiento, una renuncia, un exterminio de las viejas maneras y códigos. Una quebradura de la circularidad, un sabotaje definitivo al flujo infinito de la angustiosa cinta de Moebius en que se desliza el grueso de los sistemas y propuestas estético-discursivas, junto a Cuba toda.

Un verdadero vórtice de hormigueantes planos conclusivos, donde se presencia la caída tanto de falsos como de verdaderos ídolos —cual final mordisco de Saturno— cierra las puertas de esta amarga morada nocturnal, bajo cuyas vigas Marcel Beltrán invita a devanarse la cabeza en pos de una reformulación a fondo del sistema de categorías expresivas, políticas, sociales y nacionales. Luego de todo, justo en ese después que siempre existirá tras el desastre, queda en las papilas perceptivas un acre sabor a honestidad nihilista y a melancolía post apocalíptica.  (2018)

Un comentario

  1. Eidania

    Alguien dijo en una ocasión …
    …cuando algo impacta por su fuerza, significado, erosión profunda, y no te preguntas ni siquiera como fue hecho, es sencillamente genial…
    La sensibilidad de su agudeza visual y sentimental dice de su origen y medio matizado por un sin fin de experiencias enriquecedoras que le han permitido alcanzar ya el éxito, y sin dudas, nunca le permitirá escapar pues esta atrapado en sus manos.

    Felicidades por provocar estas reflexiones y controversias y ayudar a ubicarnos en tiempo real más allá de las fantasías y sueños.

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