Molotov, Clandestinos 2.0 y La Isla me absorberá: jóvenes pensando Cuba (¡?)

Audiovisuales realizados por jóvenes delatan inusual voluntad analítica.

Jorge Luis Baños - IPS

Una de las sorpresas que la 13ra. Muestra Joven del ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos) deparó para mí fue el visionaje (¿descubrimiento personal?) de tres lozanas propuestas audiovisuales: Clandestinos 2.0 (Gabriel Reyes), Molotov (Irán Hernández) y La Isla me absorberá (Yoelvis Chio & Erick Sacramento), cuyas actitudes y también aptitudes discursivas las singulariza entre la mayoría del medio centenar de obras participantes en este certamen, el cual resulta un bastante útil jalón referencial –que no tanto jerarquizador– de las dinámicas creativas más bisoñas en Cuba.

Divergentes de las comunes apelaciones a fenoménicas puntuales y a los anecdotarios intimistas que se aprecian en muchas obras de jóvenes realizadores, estos dos primeros – clasificados como documentales – y el tercero –una animación– delatan inusual voluntad analítica, deconstructiva y hasta de osada reescritura de zonas gnoseológicas tan vastas como los procesos degenerativos de las generaciones de cubanos como antigua fuerza telúrica de la nación. Actualmente, un grupo humano desidioso que, bajo los colores de la apatía, opta por sobrevivir, gozarse en sus hedonistas ombligos y en el mejor de los casos buscar la realización (material) personal fuera de Cuba.

1.-
Clandestinos 2.0 escapa al convencionalismo taxonómico de documental, mucho más a la tendencia reporteril que ha primado en la última década entre los jóvenes, por las consabidas y ya perogrullescas carencias de la prensa oficial cubana, dado que, fuera de «documentar» un estado de ánimo, que es del propio autor, su voz en off es complementada con una entrevista realizada al director Fernando Pérez, cuya película resulta pretexto para la presente obra.

Las imágenes son pura puesta en escena: los niños inexpresivos y los jóvenes de sofisticada estampa, que miran estáticos a la cámara; el propio Fernando, que es filmado desde una estética muy semejante a sus presupuestos visuales. Quizás lo menos manipulado sean los espacios físicos donde se rodó su ópera prima de ficción en 1988, pero aparecen igualmente subjetivados. Así, se pudiera estar ante lo que se ha dado en clasificar como ensayo documental o yo prefiero llamar ensayo audiovisual, con toda la validez que le veo al término.

Reyes asume totalmente la puesta desde sus rampantes dudas acerca de cuáles son los roles de las generaciones cubanas, qué quieren hacer, qué les interesa, por qué luchan, por qué existen, ¿hay que luchar por «algo»?; todo desde su diálogo personal y un tanto ingenuo con la película original, pletórica de jóvenes dispuestos a morir por «algo», con objetivos claros, concentrados en un antagonista visible. Diálogo que sucede desde un tono desmañado, hasta patético por quizás un exceso de dramatismo de la voz, pero que concomita mucho más, junto a otros elementos fílmicos, con el Sergio contemplativo de Memorias del subdesarrollo (Tomás Gutiérrez Alea, 1968), permutando la ironía y la descolocación intelectual de este Dr. Zhivago cubano por la incertidumbre y la melancolía de un joven desmotivado, devenido este sentir «motivación» para al menos inquirir(se) por tal estado de cosas.

2.-

Molotov, a ritmo de video clip y a pura infografía, se adscribe un poco más a lo documental, en tanto concatena, con lógica más lineal, causas y efectos tanto de guisa mundial como cubana, para articular una apresurada, a la vez que ambiciosa lógica socio-histórica para el paulatino apocamiento de la beligerancia y la reluctancia de las diferentes juventudes cubanas post-1959.

Por fortuna, para la solidez argumentativa, pero también para el abigarramiento, Irán Hernández desarrolla una suerte de marco teórico para su premisa, donde expone un sintético estamento acerca de las formas de cómo el poder absorbe, metaboliza y aliena los movimientos contestatarios como el propio punk setentero, lo cual carece de cierta coherencia a la hora de imbricarlo con los procesos muy particulares experimentados por las masas juveniles cubanas durante las pasadas décadas de los sesenta, setenta y ochenta del siglo XX.

Concomita formalmente Molotov con una zona de la obra de otro joven realizador: Eliecer Jiménez (En un paquete de Spaguettis y Entropía), con los minutos iniciales de Memorias del desarrollo (Miguel Coyula, 2010) y yendo más allá en el tiempo, aparece una pieza como Y todavía el sueño (Humberto Padrón, 1998). Para seguir con la enumeración retrospectiva, incluyo el largometraje de ficción El elefante y la bicicleta (Juan Carlos Tabío, 1994). En todo este escaso y distanciado grupo de producciones, en su mayoría independientes, los realizadores buscan reformular la historia cubana de la última media centuria, allende el optimismo positivista de la rala historiografía oficial, para explicar (se) críticamente las corrientes socio-políticas en que ha navegado y escorado la nación.

3.-

La Isla…, desde una perspectiva más abarcadora y simbólica, busca revisar de cabo a rabo la historia cubana desde la concepción virgiliana de insularidad, a partir del empleo óptimo de símbolos visuales, entre los cuales destaca, con su axialidad humanista, el inefable Bobo, ese personaje gráfico con cara de nalga de bebé, que de la mano de Eduardo Abela permanece impoluto como máxima representación y síntesis del cubano; a medio y más certero camino entre el ingenuo y masoquista Liborio, de Torriente y el más picarescamente militante Loquito, de Nuez. Ambos están signados ya por una extemporaneidad de la que se resguarda el Bobo, como mixtura más efectiva de ironía, resistencia y aguzado intelecto.

Rayano en cierta victimización fatalista, los realizadores ironizan acerca de la ínsula, una y otra vez colonizada de disímiles maneras durante 500 años, adscrita a ideologías de turno acorde la conveniencia (o la amenaza) coyuntural, mientras la nación se forjaba, ineluctable, bajo tales asedios y penetraciones. Desde su autenticidad, aguarda, pena, anhela, resiste, bajo tantos influjos foráneos, tantas importaciones, simbolizada su esencia prístina por un sacralizado Martí al que se recurre bajo tanta tempestad.

Tras más de una década donde primó el rechazo, la indiferencia y la crítica puntual (no desdeñable, claro), los jóvenes como Reyes, Hernández, Chio y Sacramento, nacidos en la desidia y la incomunicación generacional, pero a la vez libres ya de cualquier influencia utopista, redescubren Cuba desde prismas más amplios y desprejuiciados, en una esperanzada insinuación de regeneración del sentido de nación y nacionalidad. Dedicar tiempo a pensar(se) sociohistóricamente es ya un mérito incuestionable.

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