Travesía (a propósito de A media voz)

El documental pretexta la recuperación de una amistad y despliega una meditación sobre la experiencia del exilio, la responsabilidad personal, el aprendizaje existencial y la conformación del sujeto como individualidad.

Fotograma del documental A media voz.

Foto: Cortesía del autor

A media voz (Patricia Pérez y Heidi Hassan) continúa una serie de discusiones que han ocupado la agenda política del paisaje cinematográfico cubano, como mínimo, en los últimos 10 años. El Premio Coral al Mejor largometraje documental que recibiera en el 41 Festival de La Habana, donde el denominado cine independiente cubano mereció múltiples reconocimientos, resulta un auténtico gesto de legitimación.

En un campo estético e intelectual plagado de tantas tensiones ideológicas, dicho galardón contribuye a visibilizar no solo una actitud estilística ante la creación, sino una visión del mundo, un cuerpo de ideas necesario para el estado actual de la nación caribeña. Claro que, por sobre lo anterior, son la voluntad experimental que recorre toda la morfología del filme, el ánimo de ensanchar las posibilidades expresivas de lo audiovisual, la originalidad alcanzada entre la elección y combinación de las formas y su profundidad y alcance cognitivo cuanto coloca a esta pieza entre lo más significativo de la producción nacional reciente.

Y aquí mismo emerge el primero de los territorios que este documental desestabiliza: la taxonomía de lo nacional. Si las realizadoras de la película, aun cuando pudieran incluirse dentro de la diáspora cubana, ya no residen en la isla hace un tiempo considerable, si se encontraban desvinculadas del escenario cinematográfico insular, si la producción de la obra tuvo lugar fuera de la geografía cubana, ¿es suficiente la decisión de las autoras para “nacionalizar” el filme? Si A media voz no es un material generado por la industria propiamente cubana o por algún medio exclusivo de la región, ¿es suficiente la procedencia original de las directoras?

Son muchos los factores que influyen en la clasificación de una película como perteneciente a un país u otro. En una época donde los mecanismos de producción se tornan cada vez más complejos y las industrias nacionales se vuelven progresivamente más inestables; en un país como Cuba, donde la emigración llega a ser un factor determinante de sus lógicas culturales, es sumamente relevante que una película afiance su nacionalidad a partir de un cuestionamiento de los efectos y el alcance del nacionalismo. ¿Cómo ocurre lo anterior? A media voz deviene un gesto político interesado en ampliar la operatividad y la praxis de lo nacional.

Patricia Pérez y Heidi Hassan, realizadoras de A media voz.

A sabiendas de que solo pueden actuar inscritas en un cuerpo ideológico, al insistir en catalogar como “cubano” su documental, Patricia y Heidi más que reconocer o asirse a la dinámica transnacional que caracteriza a la contemporaneidad, consuman una estrategia de resistencia cultural que trasciende la necesidad de pertenencia o la posibilidad de circular en cierto mercado. Asumir la cubanidad como convención, articulada a partir de factores lo mismo éticos que históricos, estéticos que extracinematográficos, es participar de una discusión que se ocupa de los perfiles actuales de Cuba, de lo que deja de ser y de lo que comienza a ser la nación. Y esto es ya una ganancia para el cine cubano, al que no podemos seguir inscribiendo en marcos estrechos.

Al inicio de A media voz, sobre un grupo de imágenes casi abstractas entre las que se pueden divisar planos de una ciudad, imágenes de una noche cualquiera, el desplazamiento de la cámara por las paredes de un túnel ―segmento que nos describe la búsqueda interior que el documental, en parte, intenta ser―, se escucha a Heidi comentar: “busco imágenes que te hablen de mí”, “necesito que vuelvas a ser parte de mi vida”. Un poco más adelante, cuando irrumpe la primera escena en que Patricia toma la voz, vemos una ventana abrirse sobre un paisaje marítimo que metaforiza el estado interior del sujeto hablante. De inmediato emerge una sucesión de planos cenitales que enmarcan los pies de Patricia, quien se desplaza apresuradamente por varios sitios en tiempos diversos, mientras escuchamos sonidos de aeropuertos, trenes, autos… Volvemos sobre Heidi, a quien vemos la mayoría de las veces recorriendo la ciudad, buscándose: “quiero reconstruir las situaciones que te permitan imaginarme”. En esas primeras imágenes, en esas primeras palabras se resume buena parte del tono interior que caracteriza al documental. Lo más significativo en relación con lo anterior es que, aun cuando se presenta como una documentación abiertamente personal, íntima, un intercambio “epistolar” que solo les concierne a ellas, la fuerza y el poder del discurso describen un costado determinante del cubano, del ser de la nación y una experiencia demoledora para cualquier sujeto emigrante, no importa de dónde proceda o dónde resida.

A media voz pretexta la recuperación de una amistad y despliega una meditación sobre la experiencia del exilio, la responsabilidad personal, el aprendizaje existencial y la conformación del sujeto como individualidad. Se estructura a partir de la alternancia de una serie de video-cartas que Heidi y Patricia se envían tras 15 años de separación. Viviendo ambas en Europa, estas grabaciones que comparten procuran registrar la sensibilidad, las emociones, el estado existencial que las abraza en ese momento, tanto como dar cuenta de lo que han sido de sus vidas hasta hoy, de los múltiples senderos que han debido recorrer y que han terminado por reconfigurar su mundo de aspiraciones y expectativas ante el futuro. Desde los motivos y las razones particulares que las impulsaron a abandonar el país, pasando por las situaciones particulares, coyunturas y contingencias a que se vieron sometidas una vez fuera de la isla, hasta el dolor de no poder echar raíces en un medio social que las expulsaba, aun cuando se esforzaban por ser parte.

La película indaga en un par de subjetividades imposibilitadas de trascender la inmediatez; dos seres descolocados en un mundo que no terminan de comprender y que no acaban por sentir suyo, al que no consiguen pertenecer. Afectadas de distinto modo, las vidas de Heidi y Patricia parecen condenadas a una carrera por intentar conquistar lo que esperaban de sí mismas antes de salir de Cuba. En este sentido, A media voz se convierte en la reconstrucción de una cotidianidad marcada por la soledad, la deriva, la imposibilidad de encontrar sentido a los días, la fuga constante.

Para una nación como la cubana, en la cual la emigración se ha convertido no solo en una opción sino en la expectativa de futuro de una parte considerable de sus habitantes, la exposición pública por parte de Heidi y Patricia de lo ardua, difícil y demoledora que tal decisión resulta es un golpe simbólico contundente para la sensibilidad nacional. Lograr reconocerse como sujetos desplazados, que tienen que vivir sus día a día perpetuando su salida de un mundo y la imposibilidad de encajar en otro, aceptar la condición de no poder pertenecer, es, además de un acto de elocuencia y desnudo público, un acto de valentía; en tanto, sin dejar de aceptar el lado positivo de toda esta historia, echa por tierra toda esa ideología popular que abraza el exilio como conquista. De este modo, A media voz no puede sino recodar aquellas palabras de Reinaldo Arenas, quien en Antes que anochezca, escribe: “me doy cuenta de que para un desterrado no hay ningún sitio donde se pueda vivir; que no existe sitio, porque aquel donde soñamos, donde descubrimos un paisaje, leímos el primer libro, tuvimos la primera aventura amorosa, sigue siendo el lugar soñado; en el exilio uno no es más que un fantasma, una sombra de alguien que nunca llega a alcanzar su completa realidad; yo no existo desde que llegué al exilio; desde entonces comencé a huir de mí mismo.”

También resulta significativo que el filme se edifique a través de video-cartas, no solo porque el cine es un factor que une a las realizadoras profesional y emocionalmente, en tanto es el medio que escogieron para canalizar sus cosmovisiones, para filtrar sus inquietudes de la realidad. Sino porque en Cuba, durante mucho tiempo, las video-cartas fueron la vía privilegiada para mostrar a los que se quedaban las ganancias de la nueva vida, la prosperidad y el éxito. Para Heidi y Patricia, al contrario, encontrar las imágenes que puedan explicar qué ha sido de ellas durante todo ese tiempo, es un grito que acepta la pérdida de control y la necesidad de su recuperación; por tanto, la recuperación de esa amistad que habían alimentado en Cuba desde la infancia es la oportunidad de volver a tomar las riendas de su destino.

Hacia el final, comenta Heidi en una de sus cartas: “Estaba a punto de darme por vencida y entonces me pregunté qué habrías hecho tú […] Pensé que Cuba debía convertirse en una corriente a mi favor […] Tengo que acabar de aceptar que ahora mi vida está aquí y que no estoy sola, no puedo ser yo quien me hunda a mí misma”. A modo de respuesta, escuchamos a Patricia decir: “Se te olvida que hace mucho que aprendiste a nadar, es solo empujar simultáneamente con las dos piernas, dar una gran brazada y alejarte del pasado lo suficiente para que no pese. Si pienso en lo que he ganado, más que en lo que he perdido, sería la cantidad de mujeres que no imaginaba que podía ser. Es algo que fui descubriendo en cada carta que te hacía.” Quise detallar este segmento por cuanto consigue redondear el sentido global del documental. Me interesa llamar la atención sobre el grado de responsabilidad personal que asumen ambas en relación con el curso de sus vidas, la renuncia a cualquier marca de victimización y la posibilidad que abren a vivir la experiencia del éxodo desde la positividad, sin fascinación alguna por la cultura nueva, sino desde el dominio de su propio destino individual.

Ya para cerrar, vemos nuevamente imágenes de la última película que emprendieron juntas en Cuba, y escuchamos a Heidi hablar sobre la felicidad que le producía a Patricia filmar. El último plano de la película nos muestra a Patricia suspendida en una grúa durante el rodaje; Heidi comenta sobre el cuadro: “¿Cuándo fue la última vez que hicimos lo que verdaderamente queremos hacer?”. Si hubo algún grado de impotencia detrás de dichas palabras, creo que A media voz es la evidencia de un control sobre sus destinos, de la consumación de 15 años de una necesidad por filmar, de 15 años de incomprensión. Es la oportunidad de hacer lo que por tanto tiempo quisieron hacer.

Entonces la experiencia de volver a crear juntas viene a ser, en definitiva, una experiencia de aprendizaje, un viaje que les permite replantearse su identidad y nacionalidad: aceptar qué ha sido de sus vidas, aprender a echar anclas, intentar dibujar una ruta coherente de lo que han conseguido de sí mismas. Volver a crear juntas es un reencuentro que las ayuda a repasar sus vidas para continuar adelante. Pero también una comprensión de que la diáspora es solo física, puesto que el hogar ―eso que Patricia ha querido fijar en Finisterre y Heidi en su apartamento con Pablo― se lleva con uno. La nacionalidad no puede ser una corriente hostil que torne fugaz cada nuevo día, que lo convierta en un nuevo comienzo. Y es ahí donde el documental despliega una notable transgresión sobre el imaginario nacionalista cubano, siempre que apuesta por un ensanchamiento que no hace de lo nacional un cerco excluyente, como ha querido cierto discurso oficial que sea. A media voz aboga por una reconfiguración de los mapas, en el que se acepten todos los espacios posibles.

Sorprende aún más que toda esa asimilación discursiva se alcance a partir de la descripción de un viaje interior. La documentación de un recorrido físico, el desplazamiento continuo por la ciudad o por el país que acoge quiere ser una inmersión, una travesía por los contornos de la subjetividad. En ningún momento nos enfrentamos a discusiones sobre las consecuencias del exilio, las causas que lo generan en Cuba o las problemáticas que ello implica en esferas sociales o políticas. Todas las resonancias del filme parten, de entrada, de una mirada conscientemente subjetiva, que, sin embargo, se levanta sobre un trasfondo histórico que connota el plano referencial del texto. Ese acercamiento prácticamente somático, localizado sobre el ser de estas dos mujeres, que no quiere ir más allá de sus circunstancias inmediatas, de sus historias personales, resulta tan eficiente, pues se proyecta sobre el sujeto para desde él hablar del mundo, y no al revés. Basta con el registro del espacio íntimo, de los objetos personales, de las acciones cotidianas de Heidi y Patricia para penetrar toda una cultura. Sus cuerpos son el cuerpo de la nación. Sus individualidades catapultan una hermenéutica del país, de una generación, de un paisaje humano.

Ahora, esa profundidad del enunciado, la elocuencia del discurso, emergen de una textualidad bastante compleja. La arquitectura documental de A media voz frecuenta tales resonancias justo por el riesgo estético con que se esculpe la enunciación. La estructura externa empieza por simultanear las video-cartas que, a modo de episodios al interior del metraje, se conforman como bloques de información sobre cada una de las cineastas, sobre el estado de sus vidas, sobre lo que ha sido de ellas en tantos años de separación, sobre los efectos del exilio. Poniendo en práctica los más variados tratamientos cinematográficos, la historia se vehicula gracias a este engranaje que, a la vez que contrapuntea sus experiencias particulares, acumula contenidos hasta complejizar y ahondar más en la recuperación del mundo de cada una para la otra. Esa es la organización dramática que hace crecer el conflicto interno que sostiene el progreso temático, cuyo momento climático sea quizás cuando se comentan sus intentos de ser madres. Ese es un instante de alta resonancia, porque en la imposibilidad de ambas de procrear se metaforiza, con un gran desgarramiento para el proyecto de vida que se trazaron, un tema que circunda toda la narración: la incapacidad para germinar en otro suelo, en otra tierra.

Sin duda, el protagonismo doble que resultan Patricia y Heidi constituye el dispositivo narrativo principal de A media voz. Sus testimonios materializan el universo temático al desatar, enfocar y plasmar todo el universo argumentativo de la película. Y aunque la construcción del sentido está dada en un sólido y coherente contrapunteo entre palabra e imagen, lo cierto es que el direccionamiento de la narración, el control del relato se localiza en sus comentarios, en sus voces, que son la columna vertebral que organiza toda la lógica del documental. De lo anterior depende que la totalidad del filme sea conscientemente subjetivo, interesado solo en el punto de vista personal de las relaciones de las realizadoras con el mundo en que han escogido vivir.

Visto desde tal perspectiva, la coherencia formal parte además de cómo imagen y palabra se complementan. Las imágenes perpetúan intenciones comunicativas concretas, apelando a estrategias retóricas de muy diverso tipo; quiere esto decir que el uso de materiales de archivo, de fotos fijas, de collage, todo ello intervenido en cuadro con intenciones expresivas múltiples, explica y dimensiona el sentido del discurso verbal. Hay múltiples planos autónomos ―por ejemplo, las fotos fijas que describen los contenidos de las carteras que a Heidi le gusta retratar o la sucesión de fotografías de objetos personales que ella misma dejó en Cuba antes de partir― que tienen una función enfática y evocativa de alto valor expresivo, que se convierten en metonimias de sus condiciones espirituales, pero que sobre todo enriquecen la imaginería del documental como lenguaje. Todavía se complejiza aún más el uso de los agentes narrativos, puesto que varios episodios resultan construcciones dramáticas, recreaciones escénicas que remiten a un tiempo pasado, destinadas a evocar la sensibilidad que les asistía en esos momentos a los que los dramatizados remiten, capítulos determinantes de sus vidas que ameritan ser reconstruidos.

¿Dónde está el relieve de esta organización textual descrita? En que esos recursos formales, en ocasiones tan desemejantes unos de otros, se organizan en un material orgánico, diáfano, evocativo, que, desde la individualidad, desde el cuerpo de dos mujeres que enfrentan los conflictos de sus destinos, traza una parábola destinada a comprender todo un imaginario cultural. La precisión con que son instrumentados los dispositivos de enunciación, ese engranaje complejo que no sufre de esteticismos gratuitos, evidencia las ambiciones estilísticas y apuestas fílmicas de una zona importante del audiovisual cubano y confirma la profundidad del discurso a que puede acceder el cine que se llama a sí mismo “independiente”.

No puedo dejar de recordar en este instante un poema de Jamila Media Ríos, quien pertenece, casualmente, a la misma generación que Patricia y Heidi. Ella, que ha decidido hasta hoy permanecer en Cuba, ha escrito unos versos que me parecen portan una ideología similar a la orquestada en A media voz respecto a la construcción actual de las identidades: “Emigro./ hay algo ahí con la desposesión:/ raíces sin tener donde agarrar…” (2019)

Un comentario

  1. Esmeralda Cruz

    » A media voz»,un film.que atañe a todo cubano en cualquier lugar del mundo. Una ivitacion a reencontrarnos en la agonia del exilio.

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